¿De verdad
el Atlético se dejó perder ayer ante el Barça en el Vicente Calderón? Para
muchos atléticos, el hacerse esa pregunta sirvió de mínimo consuelo para
justificar una derrota vergonzosa, impropia de cualquier equipo de Primera
División y más de un club de la historia centenaria del Atlético de Madrid.
Tras el partido, Javier Aguirre daba la cara en los micrófonos de ‘El Larguero’
y soltaba aquello de que “toda la responsabilidad” era suya. ¿De verdad? Y cómo
se va a plasmar esa enorme responsabilidad que asumió que recayera sobre sus
espaldas. Ese tópico de entrenador paternal y protector está ya muy manido. El
mexicano dejó otra frase más que me hizo desesperar: “Hemos tirado por tierra
el trabajo y la ilusión de toda una semana. Nos jugábamos media Liga”. No,
señor Aguirre. Lo que ustedes tiraron por tierra anoche no fue una semana. Ni
media Liga. Fueron 104 años de historia, realizando el mayor borrón en casa en
toda la existencia de este equipo rojiblanco del que ya muy pocos saben
realmente lo que significa.
Y es que,
por increíble que parezca, la única verdad es que el Atlético escribió ayer la
página más importante de su historia, al menos, en los últimos seis años. Desde
el descenso, estos jugadores serán recordados como los que protagonizaron la
más abultada y humillante derrota que el Atlético ha sufrido en el Vicente
Calderón, el Metropolitano…
LOS 'HÉROES'
LOS 'HÉROES'
Y es por
ello, que desde aquí quiero inmortalizar a estos 'héroes':
Pichu
(brillante); Seitaridis (fuera de juego), Ze Castro (ausente), Eller (demostró,
como proclamaba, que es el mejor defensa de la Liga), Antonio López
(humillado); Luccin (desbordado); Galletti (no fue de los mayores culpables),
Maniche (se rompió con 0-0), Jurado (no dio una), Petrov (lo intentó al
principio) y Fernando Torres (quizá, y por desgracia, de los pocos que pasaron
auténtica vergüenza junto a, por supuesto, los aficionados).
Desde el
banquillo saltaron Maxi, que al menos le puso ganas, algo que ayer en este
Atlético fue mucho, y demostró tener sangre en sus venas al darle una iracunda
patada a Iniesta en los minutos finales. Recado que el manchego se encargó de
devolver marcándonos el sexto.
Agüero
también jugó. Perdón, salió al campo. Lo hizo en el minuto siete de la segunda
parte en un ejercicio de valentía homicida de Javier Aguirre. Qué temeridad la
suya, apostar por dos delanteros con 0-3 quedando todavía 38 minutos. Cuando al
inicio de la segunda mitad vi que saltaban los mismos once no daba crédito.
En el minuto
71 entró Mista. Y tras la autoexpulsión de Eller acabó el partido de central.
¿Pero no era Mista delantero? Creó que la goleada afectó a Javier Aguirre que
al final del choque apuntó de forma enfática que tenía “mucha ilusión” por
continuar con este proyecto la próxima temporada. El problema es la ilusión que
le pueda quedar al aficionado.
CUELLAR, EL
MAYOR ANTIMADRIDISTA
Quiero
destacar la actuación de dos hombres sobre el resto: Cuellar, ahora
autodenominado ‘Pichu’ (se ve que el nombre le da suerte). Y Fabiano Eller.
El primero
tuvo una actuación nefasta. Salió a por uvas en el gol de Zambrotta. Quizá iba
a saludar a algún conocido que vio en la grada lateral. Se metió para dentro un
centro de Deco para que lo remachara Eto’o. Y en la segunda parte, en la única
ocasión en que realmente tenía que salir, se quedó a medias para que Messi
demostrara lo bueno que es y le superara de vaselina. Ya muy entrada la segunda
parte, en una nueva y esperpéntica salida, estrelló la pelota en Iniesta y el
balón salió rechazado a la banda igual que podía haber ido dentro. “Métetelo
directo y no lo intentes de rebote”, le grite desde la grada ante la risotada
general. Fue la única chanza para la que me dio el cuerpo.
Cuellar
demostró ayer ser muy antimadridista y todavía hoy ha tenido la cara en rueda
de prensa de afirmar que no le sorprendió que la gente jaleara los últimos
goles del Barça, “ya que llevaban haciéndolo desde el lunes”. Yo aplaudí el
cuarto gol del Barcelona, que tocó y tocó hasta que Ronaldinho la empujo a
puerta vacía. Era sencillo, enfrente tenían fantasmas andantes vestidos de
rojiblanco. Cuellar debería saber que la mayoría de aplausos que surgieron de
la grada eran de impotencia, de rabia y de vergüenza, al no poder destinarlos a
nuestro equipo por el deplorable espectáculo que estaban ofreciendo. Cuellar
debería saber que cuando tu hinchada aplaude al rival es el mayor castigo que
puede infligirte. Cuellar debería saber que ayer pisotearon el escudo del
Atlético de Madrid. Y Cuellar debería haberse fijado más en los miles de
aficionados que iban abandonando el estadio conforme iban cayendo los goles
culés.
En el caso
de Fabiano Eller, después de ofrecer un recital de despejes hacia atrás y patadas al
aire, derribó por detrás a Ronaldinho, en una ‘peligrosísima’ jugada todavía en
campo blaugrana, sabedor de que ya tenía una amarilla. Si quería irse antes a la
ducha podía habérselo comentado a Aguirre en vez de al árbitro.
PAGÓ TODAS
LAS MISERIAS CULÉS
Y el
resultado de la hecatombe rojiblanca fue pagar todas las miserias que había
acumulado en el último tramo de la temporada el Barcelona. Pagó la humillación
copera de los cuatro de Getafe, pagó el empate en el último minuto del Betis y
la consiguiente pérdida del liderato, pagó las continuas jaquecas venidas desde
Madrid con el místico arreón madridista. Y además, tiró por los suelos todas
las ‘gestas’ logradas ante los de Rijkaard en los últimos años.
Sólo espero que, al menos, nuestro sector de la afición más acomplejado esté contento con el ridículo que protagonizó ayer el que llaman su equipo y todos aquellos que durante estas semanas han alimentado un patético debate al que el Atleti se ha encargado de poner colofón de la mejor forma que sabe hacer en su historia reciente: siendo el hazmerreír de toda España.
Sólo espero que, al menos, nuestro sector de la afición más acomplejado esté contento con el ridículo que protagonizó ayer el que llaman su equipo y todos aquellos que durante estas semanas han alimentado un patético debate al que el Atleti se ha encargado de poner colofón de la mejor forma que sabe hacer en su historia reciente: siendo el hazmerreír de toda España.