
Mi abuelo Emilio, del que ya he hablado en alguna ocasión, tiene 84 años. Actualmente se encuentra viviendo con nosotros, ya que durante los meses de verano alterna su estancia en casa de los cuatro hijos que no lo acogen a lo largo del año, que pasa con una de mis tías.
Desde muy joven le apasionó la bicicleta, consiguiendo ganar un par de Vueltas a Almería con veintipocos años. Pero hizo carrera en el Ejército, donde llegó a ser Coronel, y desde allí le cortaron sus sueños subido a un sillín. “¿Tú quieres ser ciclista o militar?”, le interrogaron retóricamente.
Desde entonces, su amor al ciclismo lo mantuvo a través del televisor. Bahamontes, Perico, Indurain...
Todavía recuerdo con nitidez las tardes de verano en Adra, Almería, pegado al televisor, prescindiendo de la siesta, para no perder detalle del Tour de Francia.
Cada año, un poco más pegado a la pantalla. Cada año, un poco más ciego, perdiendo una visión que nunca estuvo totalmente sana, por una granada que le impactó cerca de uno de sus ojos en la Guerra Civil, cuando sólo era un niño.
En 2007, un jovencísimo Alberto Contador, de sólo 24 años, ganaba su primer Tour de Francia. Un año después, el Giro y la Vuelta. Y en 2009, nuevamente el Tour.
Mi abuelo seguía con entusiasmo las hazañas de este nuevo corredor de Pinto. Ahora, por la radio, ya que ya no distingue nada por mucho que se acerque al televisor.
El año pasado, tuve la suerte de poder seguir las celebraciones de Pinto y el recibimiento a su héroe para Agencia EFE. Este año, he podido repetir. Y conforme el triunfo de Contador se iba materializando, un pensamiento rondaba mi cabeza: conseguir que mi abuelo pudiera conocer al campeón del Tour.
Y a ello me puse. El año pasado, las medidas de seguridad fueron fuertes. Pese a ello, se colaron muchas “hermanas” de Contador (sólo tiene una). Así que el encargado de protocolo del Ayuntamiento de Pinto me dijo que era imposible conseguir un pase, pese a la insistencia de la jefa de prensa.
Así que busqué conseguirlo a través del medio al que nadie les negaría la entrada: la propia familia de Alberto. Su hermana, Alicia, y su madre, Paqui, no pusieron ningún reparo desde el primer momento en el que les transmití la ilusión de mi abuelo por conocer a su hijo y hermano. Y Alicia me dio uno de sus pases destinados a “Familia y amigos” para que mi abuelo pudiera entrar al catering previsto para después de los actos.
EL "TOUR" A PINTO
Y así emprendimos la aventura. Junto a mi madre, que se quedó con mi abuelo los instantes previos a la llegada de Contador, pese a que ella no pudo acceder al Consistorio.
A las ocho menos cuarto entré con él por la puerta del Ayuntamiento, después de que el speaker anunciara que a Alberto le quedaban poco más de quince minutos para llegar.
Y allí le vimos aparecer. Subir entre aplausos y enunciar su discurso en el balcón, ante los más de tres mil paisanos que le aclamaban.
Después, tras una pequeña rueda de prensa, tuvo que atender en directo a Telecinco y a Telemadrid. Lo cual, hasta que lo supimos, me hizo temer que pudiera “escapársenos” como acostumbra en los más empinados puertos.
Mientras tanto, hablamos con Fran, hermano y mano derecha de Contador, que le transmitió a mi abuelo que harían lo posible por que se acercara a saludarle.
EL SALUDO
Y tras hora y media de espera, llegó Alberto, rodeado por una nube de amigos, conocidos y conocidos de conocidos, que le pedían una foto, un autógrafo, o simplemente estrechar su mano.
Parándose a cada momento, teniendo para todos ellos una sonrisa y unas palabras amables.
Cuando llegó hacia nuestra zona, cogí a Alberto por el brazo y le dije que si tenía un minuto. “Un momento, que voy a saludar a...”, me dijo, y se puso a repartir más besos.
Entonces, miré a uno de sus amigos, Ruben, que se había ofrecido a tirarnos una foto, y me dijo: “Cógele ahora, que si no se te va a ir”.
Y al mirar a mi izquierda, mi abuelo ya estaba poniéndose de pie, alertado por uno de los concejales, que ya le había avisado de la presencia del ciclista.
Así que volví a coger a Alberto, y le dije que si por favor podía saludar a mi abuelo, que había sido ciclista y quería conocerle.
Entonces se fue hacia él, y con la cara de simpatía que veis en la foto de arriba (que tiré como pude con mi móvil) atendió las palabras de mi abuelo.
“Yo soy del gremio -le dijo- y sé algo del sufrimiento de la bicicleta y del mérito que supone conseguir tres Tours”.
Tras las fotos, y después de firmarle una gorra conmemorativa, mi abuelo se despidió diciéndole “ha sido un orgullo conocerte”. “El orgullo es mío”, le respondió él. Después, se perdió entre la marabunta, firmando otras muchas gorras que surgieron de la nada cuando cogió la de mi abuelo.

Antes de irnos, todavía le presenté a la hermana de Contador, a la que dimos las gracias por todo. “Sois una bendición de familia, os lo merecéis todo”, le dijo mi abuelo, todavía nervioso.
Y así, sensiblemente emocionado y orgulloso de la “gesta”, nos marchamos del Ayuntamiento.
Cuando mi madre le preguntó qué le había dicho Contador, mi abuelo nos sorprendió con un “no me acuerdo”. En cualquier caso, sé que nunca olvidará este día que, puedo decir sin miedo a equivocarme, ha supuesto mi mejor gestión desde que soy periodista.
“Qué musculoso estaba, no tenía un gramo de grasa”. “A ver abuelito, cómo va a correr tanto si no...”, comentábamos mientras volvíamos a casa.
Gracias a Alberto y a su familia, y a todos los que hicieron posible este momento.